El apego es la base de una adultez equilibrada y segura

“Apego” es una expresión que, cada vez, cobra mayor relevancia. A priori se puede asociar con “mucho cariño”, “malcriar” e incluso, “sobreproteger’. Sin embargo, según explica la psicóloga Catalina Sabat Agurto, se trata de encargarse del estrés, la desregulación o el llanto, es decir, de las necesidades de un niño o niña cuando éste lo demanda, repetidas veces en el tiempo y de manera consistente. 

Es un tema evolutivo. “La guagua llora para, con ese llanto, fomentar la proximidad de su figura de apego, normalmente los padres. Ellos la acarician, cuidan, calman, acogen, o sea, satisfacen la necesidad de ese niño o niña, conducta positiva que la guagua interpreta como la solución a su problema su demanda fue atendida y su necesidad, satisfecha”, plantea la psicóloga, académica de la carrera de Psicología de la Universidad San Sebastian. “Hay alguien que me cuida, me protege; tengo una base segura a quien recurrir. Entonces, si esto es estable en el tiempo, ese futuro adulto interpretara, desde su nacimiento, que el mundo es un lugar seguro, y se va generando lo a John Bowlby denominó ‘modelo operativo interno’, basado en seguridad, lo que se extiende en la niñez y en la adultez, manifestándose a través de una emocionalidad sólida”, agrega Sabat. 

Junto con ello, a nivel hormonal, el cerebro del niño satisfecho libera mucha oxitocina, la hormona del amor, lo que además gesta lazos afectivos consistentes, “potenciando mucho más la relación con la figura de apego”, asevera Sabat. 

El apego entonces comienza a generarse cuando hay estrés, vulnerabilidad, un riesgo, “y sientes que debes recurrir a alguien, a los padres o cuidadores, para que te protejan porque tú no tienes esas capacidades. Es un recurso vigente toda la vida, que va marcando la forma de relacionarnos a futuro, con una visión del mundo y de las relaciones que van siendo características según esos vínculos primarios. Sin embargo, hoy se conoce que esos vínculos primarios son influyentes, pero no determinantes, puesto que pueden cambiar durante la vida”, precisa la docente.

Cuando se reciben respuestas consistentes, coherentes y repetidas en el tiempo, que satisfacen las necesidades emocionales y biológicas infantiles, se va generando seguridad. Esta “te permite ir a explorar”. Aquello se traduce en que te sientes capaz y te desafías “a experimentar vivencias nuevas. Haces lo que quieres y lo que te gusta sabiendo que, si ocurre algo malo, vas a tener una base sólida a la cual recurrir, una ayuda. Esa dependencia en la infancia genera mayor independencia en la adultez, con una vida emocional más sólida”. 

Ahora, la situación inversa genera mucho daño. “Negar el afecto, o ser inconsistente (un día si, otro no); rechazar o asustar al niño, generan en él la convicción de que sus necesidades no son ni serán cubiertas, porque no es amado y el mundo no es un lugar seguro: es poco predecible, adverso, donde te las vales por ti mismo, generándose una interacción con la realidad que no es consistente ni confiable, desde el miedo”, asevera la profesional. 

Los “berrinches o pataletas” son estados en los que niños y niñas entran en una fase en la que sus emociones están desreguladas. En ese momento, los adultos pueden perder la paciencia, irritarse, auxiliarse o bien paralizarse, sin saber a hacer. ¿Por qué ocurren? El doctor Dan Siegel planteó el concepto de la “Ventana de Tolerancia”, explicando que neurológicamente todos tenemos una ventana con limites que nos permiten tolerar algunas emociones, un modelo con un área de regulación o conexión social: esa zona intermedia equivale a calma y tolerancia. Si se sale de ella, hacia arriba de los márgenes de tolerancia, se accede a un sector de hiperactivaci6n, sensación de amenaza y ofuscación, donde están los gritos, la ira e incluso golpes. Y si se desciende del margen central, se entra en una zona de hipoactividad, inmovilizante, paralizante y sin respuesta. 

“Hay un ideal, que es moverse en el centro de la ventana, para mantener el contacto y la regulación. Los adultos tenemos facultades para regularnos cuando salimos de nuestros márgenes de tolerancia, pero en el caso de los niños, para que permanezcan en esa zona, necesitan de la figura de apego para ser co-regulados”. El problema es ¿qué pasa cuando el padre, la madre o el cuidador de un niño o niña se sale de su propia ventana? “El niño se descoloca frente al mundo, porque queda sin el respaldo de su figura de apego. Y, a su vez, la figura de apego evidencia no entender su rol, al ponerse en el nivel del niño. Ello genera una situación de desconexión que puede ser muy dañina, no solo en Ja relación del niño/figura de apego, sino para el futuro adulto, en situaciones en que debe ejercer autoridad, seguridad o convertirse él en figura de apego”, puntualiza la académica.

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